viernes, 25 de septiembre de 2009

para el diario Compromiso, por Norah Lorenzo

Entrevista a Walter Iannelli realizada para el diario Compromiso, por Norah Lorenzo (2007).

Tenés editados tres libros, uno de cuentos, una novela, y el último de poesía. Tres géneros diferentes, algo particular, ya que no todos los escritores suelen transitar las diferentes formas literarias. ¿En cuál de los tres géneros te sentís más cómodo escribiendo? (¿Te sentís más poeta que narrador, o viceversa?), ¿Qué es lo que te decide a la hora de escribir qué tipo de forma textual vas a utilizar?


Tengo cuatro libros editados y mucho editado parcialmente. Me siento increíblemente cómodo e inteligente escribiendo cuento o relato, a veces tonto o cursi pero emocionado escribiendo poesía, y pisando huevos y desorientado cuando escribo novela. Cada género me presenta un atractivo y su contracara, su desolación, digamos, y como soy por naturaleza inconformista cuando estoy cómodo en un género me voy a escribir otra cosa para sufrir un poco, o para probarme supongo. Sin embargo, a veces se da a la inversa. Por ejemplo, ahora estoy terminando un ensayo acerca del oficio de escribir, que, podría decir, se escribió solo, o lo escribió un yo que escapó de a ratos y por un período prolongado de otras cosas que estaba escribiendo y que le producían malestar. Cabría decir, que lo que me decide es algo que está más allá de mí, o de un yo conciente. Claro, también tengo en cuenta la utilidad de los géneros literarios para decir tal o cual cosa. Digamos que cuando no encuentro aquello que quiero decir en unas pocas líneas, me decido por la metáfora por acumulación, que podría ser el relato o la novela, una suerte de metáfora global, que, en muchos casos, suele ser más efectiva que algunos poemas porque resulta más difícil que arbitre sobre la inteligencia del lector o soporte la urgencia del autor. De otro modo, creo que escribir un poema no arbitrario que no resulte una retahíla de pretendidos lugares poéticos, un poema que no se lleve por delante la idea, un poema que invite como si fuera el propio lector el que lo hubiera inventado, no es para todo el mundo. Cuando pienso en eso –la mayoría de las veces-, narro.

En la Antigüedad la lírica, que abarcaba la poesía y la narrativa (epopeya), tenía una función educativa, didáctica, más popular. Luego el poeta de la “modernidad” se separó de esta función. ¿Cómo ves en el mundo actual la relación entre literatura y sociedad? ¿Crees que el escritor debe cumplir un rol social?

Yo no creo que el poeta de la modernidad se haya separado de la función “educativa”. Pienso que la sociedad se ha separado del poeta, en todo caso. Es cierto que la literatura se ha hecho menos enunciativa, menos didáctica y menos cargada de moraleja, pero aquello que la ha hecho menos popular, sobre todo, creo, es al parecer el nivel de necesidad que tiene la sociedad de la literatura misma. Hoy hay mucha gente que parece funcionar a la perfección con un televisor y el delibery. En cambio, aquellos que gustaban de la llamada lírica no podían vivir sin la aventura, sin la mística y el mito, etc. La epopeya ha sido telúricamente reemplazada por el fútbol: no hay imagen más parecida a la de un gladiador que la de un número 9 entrando al área con pelota dominada. Hemos trasladado los signos y los símbolos, los hemos degradado o modernizado, o los hemos hecho nuestros, quién sabe. Pero tengo, sí, la sensación de que algo se perdió en el camino. La demostración está en que ya no hace falta un sabio para contar la epopeya y los misterios de ese hombre mítico que con un conjunto de valientes cambió el corazón de la historia. Ahora alcanza con las 80 palabras que domina un comentarista deportivo.
(El eslabón que une a esta “sociedad doblada”, en ciertos términos, sería algo parecido a los escritores que escriben, por ejemplo, sobre fútbol, tratando de rescatar, más allá de quien haya ganado el partido, aquello que se desprende de la gesta por afuera de las acciones mismas).
Creo, pedantemente, que el escritor cumple una función social desde el momento mismo en que escribe. No hay nada más saludable, pacífico, desalienante y democrático que el arte, mal que les pese a muchos. No importa acerca de qué escriba, pinte, teatralice o haga música. Si todos estuvieran haciendo lo mismo, o construyendo paredes, o bordando, o cocinando, habría menos gente jodiendo a otra gente o quedándose con lo que no les corresponde. Por otra parte, si la literatura sirve para denunciar a esos hijos de puta, bienvenida sea.

En un mundo donde la lista de libros, en diarios y suplementos literarios, no habla de los mejores sino de los más vendidos y que muchas veces el lugar no lo ocupa la ficción ¿es difícil siendo escritor sentir que se ocupa algún lugar? ¿Cuándo se escribe se piensa en un lector ideal, y hasta dónde uno quiere que lleguen sus libros?

Bien. Yo escribo porque siempre quise ser como la única gente que admiré: ciertos escritores. De modo que no me importa si Mirta Legrand no me invita a comer por no resultarle mediático. Pero sí me importa el reconocimiento de mis pares, y de los buenos lectores, por supuesto. Me resultaría difícil cifrar mi felicidad en patinar en lo de Tinelli. Un día Joaquín Giannuzzi me invitó a su casa y leyó todo un libro mío de poesía en voz alta, a contraluz de una ventana. Ahí sentí que ocupaba un lugar. Claro, debo admitir que Joaquín me parece un gran poeta, quizá de los mejores, pero que compré sus obras completas en una liquidación de Mar de ajó por $ 5.- porque en Buenos Aires no había vendido ni mil libros. ¿Qué mérito tendría para Guido Suller, por ejemplo, mi hazaña?
Claro que me gustaría ser popular. Una vez, el padre de una amiga, días después de haber leído mi novela que ganó el Premio del Fondo Nacional de las Artes, me dijo: “Pero escuchame, Pibe, vos tenés que escribir historias de esas que se venden como pan caliente, un poco de sexo, tiros”. Yo lo miré a la cara. El tipo estaba colorado por el sol y el vino, le salía la sinceridad por los ojos. Y yo no había disparado ningún tiro en mi novela, la única escena de sexo era “artística” y cifraba su tensión en el momento en que pasado el deseo sexual el mundo parecía abrirse de nuevo a los sentidos y no al momento en el que el personaje estaba pensando con el pene (cosa que me parece muy artística también, si se la sabe contar). Entonces le dije: “A ver, nombrame dos escritores argentinos vivos”.
El tipo levantó las cejas y se echó diez centímetros hacia atrás como si yo le hubiera tirado un gancho de zurda. Tartamudeó: “Sa-Sábato”, dijo. “Bien”, le dije, “¿y el segundo? Lo esperé por más de dos minutos, hasta que bajó la cabeza. “¿Te das cuenta?” le dije, “¿Cómo voy a vender libros con tipos como vos que al único que conocen es a Sydney Sheldon?”. La gente, por ejemplo, va a la feria del libro como van el domingo a la iglesia. ¿Y el resto de la semana, cómo se portan? Ven bailando por un sueño.
Me gustaría claro, ser un escritor popular, pero no a costa de lo que escribo. Por otra parte pienso que la lista de best séller está generalmente encabezada por tres tipos de escritores: los hay buenos, que por alguna maravillosa razón al llegado al mercado, los hay buenos, que por una oscura razón se han rendido al mercado, y en su mayoría hay de aquellos que escriben aquello que la gente espera encontrar en un libro y tienen, ergo, un público que prefiere reafirmar sus convicciones con un libro que les dé todo el tiempo la razón, que enfrentarse al poder subversivo de un libro que les mueva el piso o los obligue a ciertos replanteos.

¿Qué escritores clásicos admiras en narrativa y en poesía?

Góngora, Quevedo, Miguel Hernández, Eliot, Prevert, Graves, Thomas, Huidobro, entre muchos otros en Poesía. Camus, Salinger, Arthur Clarke, Dick, Onetti, Donoso, Felizberto Hernández, Borges y Cortázar, por supuesto.

¿Cuáles son tus lecturas en la actualidad? ¿Lees a tus contemporáneos? ¿Qué opinión te merece la narrativa de hoy nacional e internacional?

Leo hasta el prospecto del ibuprofeno. Pero eso no quiere decir que me guste todo. Tuve épocas o mejor dicho décadas para todo. Quizá las más importantes fueron aquellas en las que descubrí todo el boom latinoamericano, y la otra, en la que descubrí toda la literatura fantástica, fundamentalmente norteamericana con Lafertty, Clarke, Dick, Farmer, Le Guin, etc., y también algún otro como el sueco Sam Ludwall. Sí, leo a mis contemporáneos. En términos internacionales mi último descubrimiento fue Auster (aunque ya lo habían descubierto muchos antes que yo), pero me decepcioné con otros, como el caso del premio novel de literatura sudafricano. En términos nacionales creo que lo mejor también tiene lo peor, como podrían ser los casos de Aira o Laiseca, pero prefiero eso a la literatura correcta o “contenida”. Tengo también algunos amigos desde la admiración y el respeto que escriben muy bien, como Emilio Matei y Alberto Ramponelli. Y otro que falleció hace poco, Fernando Morales.

¿Cómo y cuándo surge en vos la necesidad de expresarte a través de la palabra escrita?

Supongo que desde muy chico, cuando quise imitar a esos tipos que me hacían sentir escalofríos con lo que escribían. Empecé en tercer grado después de leer el gato negro de Poe y el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Stevenson.

Has sido distinguido en varias oportunidades con premios y distinciones. ¿Qué opinas de los concursos literarios, crees que de alguna forma los grandes premios ya están arreglados con antelación, teniendo en cuenta algunos hechos que se han sucedido al respecto.? ¿Le sirve al escritor participar de estos concursos?

Hay concursos que parecen estar supeditados a reglas no del todo literarias, sobre todo aquellos impulsados por empresas comerciales. De esos, claro, desconfío. Pero creo en los concursos oficiales. Creo que al escritor le sirve participar en ellos (porque en una de esas alguien se equivoca y lo premia), siempre y cuando no crea que si no ganó se termina el mundo.

En una oportunidad Miguel de Unamuno recibió un premio de mano del Rey Alfonso XIII junto a un discurso acerca del merecimiento de este premio por parte de éste. A lo que el escritor le respondió “Muchas gracias por este premio que me merezco tanto”. ¿Crees que el escritor necesita del reconocimiento? ¿Cómo te sentís vos con relación al halago?

Sí, el escritor necesita el reconocimiento. El tipo trabaja solo, y el oficio lo acostumbra más a la humillación y a la derrota que al triunfo. Cuando logra una buena línea no tiene nadie con quien abrazarse y festejar, ni un mísero alambrado para colgarse a gritar. Por eso viene bien que de vez en cuando te soben el lomo y te digan que no estás trabajando en vano, que a alguien le gusta lo que hiciste. Incluso es muy bueno que te llamen los colegas para decir cuánto les gustó tu último libro. Si total, después, te sentás de nuevo a escribir y comprobás que la humillación y la derrota son espacios en blanco que tenés que cubrir de nuevo, todos los días como un Sísifo que está condenado a llenar una hoja por la eternidad (me puse lúgubre, perdón).

En tu novela Sanpaku, vos hablas de un tipo especial de ser humano, casi con descripción científica. ¿Qué es un sanpaku, existe realmente alguna teoría psicológica o médica acerca de esto, si es así realizaste alguna investigación al respecto o es completamente ficción?

Sí, Sanpaku es una palabra japonesa muy asociada mundialmente con la medicina macrobiótica, que nombra a los individuos que sufren ciertos trastornos por problemas con su alimentación. Yo tomé la idea e intenté reeditar místicamente su significado cruzando elementos de diferentes religiones, el esoterismo, la filosofía, la medicina tradicional y la seudo medicina con la vida de un tipo común y corriente que se va entreviendo preso de ciertos influjos extraños que transforman además el accionar de su entorno. Fue un ejercicio divertido porque traté todo el tiempo que se diera un “estiramiento de la realidad”. Es decir, traté de hacer cada vez más extraña una realidad cotidiana, en vez de optar deliberadamente por un tratamiento fantástico puro.

El título de tu libro de poesía es bastante particular “Zumatra y la mecánica de tu corpiño” Seguramente el lector descubrirá el misterio de Zumatra al leer el libro; pero qué simboliza para vos Zumatra? Y por qué la elección de ese título?

Porque Zumatra es Argentina, pero tiene todos los componentes del sueño, de lo inasible, de lo que se ve pero no se puede tocar, como pasa en los espejos. Y hay también algo que tiene que ver con lo identitario: Zumatra es un país como el nuestro, en el que veces no sabés quién sos, un país que está lejos y cerca, que tiene cosas entrañables y otras muy sórdidas.

¿Te identificas con alguna corriente poética en particular?

Me gusta la poesía conceptual, aunque me quedo con esta maravillosa definición de Marco Denevi: “La poesía no es el pensamiento mismo, sino la onomatopeya de ese pensamiento”.

¿Lees poetas contemporáneos, cuáles te gustan?

Leo, sí. De los vivos, sobre todo Irene Grus y Arturo Carrera.

¿Crees como decía Giannuzzi que en el poema importa más lo que no se dice?

Sí. Por eso es tan difícil escribir buena poesía. Si el poema enuncia lo que quiere decir jamás podrá comprometer emotivamente al lector. Aquello que no se dice, entonces, estará fundado por aquello que sí se dice (como en la teoría del Iceberg de Heminway) y terminará diciéndose en la cabeza del que lee pero ya fuera del poema. Ése será entonces un buen poema.

En la actualidad se publican muchos libros de poesía, aún cuando “la poesía no se vende”, ¿ Por qué crees que se da este fenómeno? ¿Pensas que esto es valioso o la palabra de algún modo nos está devorando?

Un amigo me dijo una vez: “ya que mi poesía no se vende, ergo, no funciona como instrumento de representación, al menos que sirva como instrumento de autoconocimiento”, y es así como siguió escribiendo y publicando. Me parece que en poesía, como dice Mugica, “la paradoja es la lógica de lo esencial”. Hay más poetas que lectores de poesía (ni hablar de lectores puros de poesía), y quizá se publica mucho más de lo que se podría leer. Creo que hoy es relativamente fácil publicar y eso hace que debamos navegar entre un mar de letras hasta que encontremos algo que queramos comprar. Sin embargo, esto garantiza algún modo de pluralidad y democracia (está claro que esto genera un montón de poetas de oficio, pero.., cada cual publica lo que quiere, cada cual elige lo que lee).

Para finalizar, vos naciste y te criaste en Haedo, ¿qué recuerdos te trae esta ciudad, de alguna forma esta pertenencia se refleja en tu escritura?

Todo. Uno escribe con lo que es, con lo que lleva a espaldas. Yo llevo a espaldas la calle Fassola, la estación de tren, los amigos, las tardes de fútbol en los baldíos que hoy son barrios elegantes o Monobloks. El club 13 de abril, la escuela 23, el comercial 2. No sé si hay referencias concretas a Haedo en mi escritura, pero Haedo está detrás de cada palabra, porque cada palabra se hizo en Haedo. Me acuerdo, por ejemplo, que de muy chico me encerraba en el lavadero de la casa de mis viejos, en Fassola y Los Andes, a repetir una palabra hasta que la palabra perdiera sentido. Hasta el sentido perdido de ciertas palabras se quedó en Haedo, para siempre.


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